viernes, 18 de enero de 2013

Relatos ganadores del Concurso de Relatos de Terror Halloween 2012









CATEGORÍA INFANTIL

                                                                                JUAN ANTONIO PAGÉS GONZÁLEZ


EL NIÑO

Había una vez un niño que estaba enfermo. Tenía que estar siempre en la cama sin moverse. Como no podía recibir a ningún amigo en su casa, sufría mucho y pasaba los días muy triste mirando por la ventana. Pasó un tiempo, y cada vez estaba más triste, hasta que un día vio una sombra en su ventana: era un gnomo comiendo un bocata de salami.  Miró hacía el niño y lo saludó, se dio la vuelta y se fue.
El niño se quedó muy sorprendido, no se podía creer lo que había visto. Al día siguiente a la misma hora, el niño estaba impaciente por si vovía a ver al gnomo, después de diez minutos mirando hacía la ventana el niño se le escapó una lágrima por su mejilla.
-¿Por qué lloras? Escuchó una voz que le preguntaba.
El niño miró hacía su derecha y vio al gnomo es su mesita sentado.
-Lloro porque estoy muy solo y nadie puede venir a verme.
-¿Por qué? ¿Qué te pasa? Preguntó el gnomo.
-Estoy enfermo y no puede venir ningún amigo a verme, tú no puedes estar aquí, te puedes enfermar.
-Yo soy diferente a vosotros, yo no enfermo.
-¿De verdad? Preguntó el niño.
-Sí soy mágico y he venido porque te he visto por la ventana y no quiero que estés triste y solo. Por eso he venido a estar contigo.
Así el niño no volvió a estar triste y solo y tenía un amigo con quien hablar.











CATEGORÍA JUVENIL
                                                                                   MILENA ORTIZ RODRÍGUEZ

RETRATOS MUERTOS
La primera vez que entré en la casa me sorprendí. No sabía si comprarla o no. Pero tras mirar otras casas, me di cuenta, de que esa, la casa de al lado del río, era la única casa que podía pagar con el dinero ahorrado. Tenía un frustrado jardín, en el que flores marchitas posaban tristemente, esperando una gota de agua, y un sauce llorón quedaba aislado en un rinconcito de la descolorida vegetación. El porche tenía unos ruidosos escalones, y la madera estaba rodeada de una leve capa de pintura blanca. Se notaba mucho que la casona no era pintada, puesto que la pintura estaba gastada por la acción del viento y la lluvia. En el porche había dos butacas y una mesa, de madera húmeda. Pensé que la casa estaba bien, unos cuantos arreglillos en el jardín y una suave capa de pintura, y solucionado.
Pero mis pensamientos cambiaron cuando me enseñaron el interior de la casa. Cuando entré, mi felicidad hacía el futuro se desvaneció, pues un cargado olor a tristeza me incomodó. Toda la casa estaba llena de cuadros. Mejor dicho, retratos. de todos los tamaños y colores. Pero el que más me impactó fue el retrato de un hombre moreno de ojos verdes, con la cabeza al frente y las manos en los bolsillos.
También había uno en el que salía una mujer, con un bebé en brazos. En la primera planta, a parte de haber una cocina, un baño y un salón, había una pequeña habitación, la cual estaba cerrada con llave. Mediante el salón podías subir a la segunda planta, por unos chirriantes escalones de madera.
Allí arriba había un cuarto de invitados, una habitación para dormir, otro baño y un oscuro cuarto, que no tenía ni luz, ni ventana. Siempre mantenía esta habitación cerrada, y casi nunca entraba, siempre con una linterna, porque verdaderamente me daba miedo entrar allí, y no sabía con lo que me podía encontrar.
A esta habitación le llamaba: la habitación oscura.
Como dije antes, era lo único que podía comprar, así que eso hice, compré la vieja y destartalada casa, aislada del pueblo y cerca del río, y me mudé. Tras varios viajes trasladé todas mis cosas, y el espacio vacío quedó lleno de cajas de cartón. En unos días coloqué todo cómoda y ordenadamente. Pero, desde que llegué a esa casa había algo que no me acababa de gustar.
Muchas veces me despertaba tras una pesadilla y veía la silueta en la penumbra de un alto y esbelto hombre con las manos en los bolsillos. Luego, parpadeaba, para ver si estaba soñando o no, y el hombre se esfumaba, más rápido que un deseo en el viento. Soñolienta pensaba que sería acto de mi imaginación, pero noche tras noche se repetía lo mismo. Luego me di cuenta de que ese mismo hombre, era el mismo hombre que estaba retratado en el cuadro de encima de la chimenea. Algunos días cuando estaba desayunando o cenando, o lo que fuese, en la cocina, cuando el silencio se apoderaba de mi pensamiento, me giraba y allí estaba él. Siempre me lo encontraba de la misma postura. cabeza al frente, manos en los bolsillos y pecho encogido.
Algunas veces escuchaba voces de una mujer entonando nanas. El peor momento que pasé, fue una noche que estaba preparando la cena y escuché a un bebé llorar, y la misma mujer que tarareaba suaves cancioncillas, lo acurrucaba con su dulce voz de ángel negro. En ese instante intuí, que la mujer y el niño eran los del retrato, encima del piano. Pasé bastante miedo en esa vivienda, y quise poner una denuncia. Pero cuando pensaba en aquel extraño deseo, el viento soplaba con fuerza, y misteriosamente la puerta de entrada se atascaba. Solo cuando dejaba ese afán en un lugar apartado de mi mente, todo volvía a la normalidad. Yo era una mujer valiente y decidida, así que me atreví a seguir viviendo en la casa de las voces espectrales y retratos que aparecían en la realidad.
El motivo por el que ahora..., bueno, luego terminaré la frase, (para dar más emoción e intriga a la historia), es una espeluznante historia, la cual no debería contar. Pero relataré una pequeña parte de mi pasado, será un placer que tu lado oscuro sonría maliciosamente, por un enfermizo instante:
Pasó que, un día lluvioso de invierno, en el que truenos rebotaban en el silencio, quise poner fin a la habitación oscura, y vivir sus misterios. Abrí la puerta y la oscuridad asomó. Reuní todas las velas que había y las encendí. Pasé. Iluminé lo desconocido, y observé que no había nada, solo una atmósfera tibia y desolada.
Me quedé allí un buen rato, y sentí que una especie de hipnotismo me absorbía. En ese instante no pensé y me dejé llevar hasta derrumbarme sobre el gélido suelo y cerrar los ojos, como si la muerte hubiera recaído en mí.
Allí se estaba muy bien y no tuve idea de irme, puesto que estaba sumergida en una leve música compuesta por voces muertas, y el frío retenía mi cuerpo, me tenía adormilada. No sé cuanto tiempo estuve, pero la verdad es que tanto mi cuerpo como mi mente estaba cómodos y relajados, sintiendo un sueño perpetuo, una pesadilla de la cual no podía escapar, un maligno beso de la muerte.
Miré a mi izquierda, y por un gran ventanal observé la luna llena, y un espeluznante viento del norte se llevaba las gotas de lluvia lejos de su posición inicial. Luego escuché voces que me hablaban, y estaba tan tranquila, que mi mente estaba en blanco. Estaba tan hipnotizada que ni siquiera me di cuenta de que, cuando llegué a la casa, la habitación en la que estaba, la habitación oscura, carecía de ventanas, y allí a mi izquierda, había una. Empecé a agobiarme, y me levanté para irme, pero hasta mi mirada estaba nerviosa, y no encontraba la puerta. "¡La puerta, la puerta!", pensaba para mis adentros. Estaba tan agunstiada e inquieta, que no percibí que a mi lado se hallaba una joven pálida como el granizo, con el alma más fría que el de una bruja. Su mirada... su mirada estaba perdida y su pelo era largo y negro. La sorpresa me paralizó, y me percaté de que la figura cadavérica se aproximaba sosegadamente hacía mí. Cuando ya estuvo lo suficientemente cerca, me entregó una llave, me dedicó una sonrisa asesina y me susurró: "abre tu muerte".
Parpadeé incrédula, y aparecí en el salón, como por arte de magia, al lado de la chimenea. Miré el cuadro del hombre de ojos verdes, y este empezó a moverse, como si estuviera vivo, igual que todos los cuadros de la casa.
Los retratos dejaron de moverse cuando un trueno sonó bruscamente en la noche, y me sentí algo aliviada. Pensativa miré la llave que me había entregado la chica y analicé la frase "abre tu muerte" ¿Qué quedría decir? Volví a mirar la llave, y luego me levanté y fui a la habitación que estaba cerrada con llave. Intenté abrirla, esperanzada e intrigada por saber lo que podía haber, y dio efecto, se abrió.
¿Y sabes lo que me encontré? A la persona que siempre me seguía cada instante, y la que desaperecía con un solo pestañeo. Sí, el hombre de los ojos verdes estaba allí. Pero no estaba de la postura en la que siempre está, sino sentado junto a un hermoso lienzo, en el que me distiguí a mí misma. Se giró me sonrió con malicia y siguió su actividad, acabarme. Salí corriendo hacía la puerta, pero esta, como ya dije antes, se atascaba y estube atrapada con la muerte y la desesperación. El hombre nada más acabar mi retrato, lo colgó en un rinconcito, junto a multitud de muchos cuadros más. Chasqueó los dedos, y me morí. O mejor dicho, me mató. Bueno, ahora ya puedo acabar la frase. El motivo por el que estoy muerta, es porque me dejé llevar a esta casa, sin saber que aquí habían asesinado a un pintor. La casa fue vendida, y el mató a otras personas más, y así, sucesivamente.
Sí, el pintor de los ojos verdes también me mató a mí, como a mucha otra gente más. La mujer y el bebé, eran su mujer y su hijo. Y ahora mi espíritu queda atrapado en esta casa, como todos nosotros, que esperamos que vivas aquí, y buscamos la venganza, que no nos sacia. Así que ten cuidado con la casa que compres o alquiles, porque no sabes lo que te puede tocar.
Y esto, para que lo sepas, es una historia real, tan real como la creación del universo, y espero que esta maldición no la apartes en un rinconcito de tu mente, para que se convierta en un simple 
recuerdo, sino que lo tengas en cuenta, porque ya lo sabes.
Así que si notas algo en el lugar en el que vives, ten cuidado de que no te estén retratando a tí, porque con un solo chasqueo, te quedarás atrapado en el lugar en el que esté el cuadro.

Firmado: LA PRESA DEL PINTOR DE LOS OJOS VERDES








CATEGORÍA ADULTOS

                                                                               JUAN ANTONIO BERRIO IGLESIAS


UNA LÁGRIMA CAÍA POR LA MEJILLA
Una lágrima caía por la mejilla, la mirada fijada tras los cristales, la madre en silencio lloraba, miraba y esperaba.
Era finales de Junio del año 1970 y en cualquier “era” de cualquier pueblo del Valle de Lecrín trillaban las habas una familia de labradores formada por el padre y sus tres hijos: Manuel de 22 años, casi 23, Carlos de 19 y su hermana Lola de 24.
Manuel acababa de licenciarse del servicio militar, había estado en la marina en San Fernando de Cádiz, durante dieciocho meses, aunque el campamento lo había hecho en El Ferrol, pero gracias a su hermana que “servía” en Granada con unos señoricos del ejército, había podido traerse a su hermano más cerca de ellos.
Manuel era muy despierto y sacó su Certificado de Escolaridad con buenas notas sin tener que asistir nunca a las clases de “permanencias” que había por las tardes después del horario escolar.
Su maestro, don Antonio, siempre lo ponía de pívot para los juegos de “cesta y puntos” que hacían en la escuela contra las niñas del mismo curso, ya que antes estaban separados.
Manuel era listo y además fuerte.

Mira si era fuerte que cuando se tomaba en las escuelas la leche en polvo que le decían leche de mona o leche de cura, había que ir al horno para traer las cántaras de agua caliente y luego echarles el “polvo milagroso” que pondría fuertes a los niños de aquella generación.
Se ponían en fila y con los jarrillos de porcelana esperaban la ración de la leche mona.
Manuel y Lorenzo despachaban a los niños, mientras que Elisa y Rosarillo servían a las niñas en la fila contraria.
Ya por entonces Manuel estaba colado por Rosarillo, ambos tenían los catorce recién cumplidos y a los dos se le notaba el pavo que sentía el uno por el otro.
Sí, listo y fuerte era Manuel.
Manuel no demostraba nunca tristeza en la calle, ni incluso cuando había soportado el mal trato que su padre le daba. Su padre era un holgazán, apegado al vino y a las copas de aguardiente por las mañanas.
Era su padre poco trabajador en lo suyo y aún menos de jornal, pues el orgullo no le permitía rebajarse ante nadie ni trabajar para nadie. La madre bordaba mantillas, envasaba naranjas, ajos o cebollas, amasaba el pan y recogía toda la aceituna que podía para sacar su casa adelante.
Cuando la hermana de Manuel cumplió los dieciséis se marchó a servir a Granada a una casa en la Calle Gran Vía.
“Es mu bonica mama, tengo una habitación pa mí sola en el cuarto de la plancha. Los señores me quieren mucho y los niños también. Cuando acabo las tareas de la casa, por las tardes, llevo a los niños a la Fuente del Triunfo para que jueguen y tomen el sol. Allí nos juntamos muchas muchachas que estamos sirviendo aquí. Hay tres de Talará, dos de Nigüelas, dos de Lanjarón y ocho de Dúrcal. Dicen que por otras partes de Granada hay más de estos y de otros pueblos de Granada. Las que nos juntamos por aquí vivimos en la Gran Vía y en las calles de los doctores Olóriz, Barraquer, y otras que yo ya me sé.
La Toñi, que es de Lanjarón, ya tiene un pretendiente que está haciendo la mili, es de Madrid y dice que se va a casar con ella.
Ella, mama, es muy guapa. Tiene el pelo largo y rubio que se lo ha pintado con una cosa nueva que hay. También se pone unas faldas mu cortas, unas botas mu altas y unos pendientes de aro mu grandes.
A mí también me gustaría ponerme así pero sé que tú a lo mejor sí me dejas pero papa, papa me mata si me ve así y también te mata a ti porque tú las pagas todas. Pero cuando cumpla los veintiuno se va a enterar papa.”
Y mientras la hermana de Manuel servía en Granada y le contaba a su madre cómo era su trabajo, éste acababa los estudios pero pesaroso tanto él como su maestro que tenía todo el interés en que estudiase Manuel y como era listo lo convenció y comenzó a preparar junto a otros cinco alumnos para hacer las pruebas de bachiller.
Durante seis meses el maestro los preparó bien y hasta daban clases de gimnasia.
Llegados finales de Junio los seis alumnos junto con su maestro fueron a Órgiva al instituto y en dos mañanas hicieron todos los exámenes.
No tardaron muchos días en darles los resultados. Don Antonio estaba muy contento pues habían aprobado todos los chavales los exámenes, siendo el contento grande y aclamado en todo el pueblo.
Rosarillo, su prometida, se atrevió a besarlo tímidamente en público, pero con lágrimas de alegría y sobre todo tristeza al pensar que podía perderlo si se iba a Granada. “No te preocupes tonta, lo que yo haga será para los dos y cuando sea un grande nos casaremos y tendremos muchos niños y hasta nos compraremos un 600 para ir a la playa”.
Cuando Manuel llegó a su casa iba dando saltos de alegría y con grandes voces llamaba a su madre: mama, mama y subiendo
las escaleras a pares se puso ante ella en un verbo. Ella lo esperaba en el rellano, aunque triste.
-“¿Qué pasa mama, no sabes que he aprobado?”.
No había terminado de hablar cuando apareció su padre con el chaleco, la gorra de pana y…. y un vaso de vino mosto entre las manos.
-“¿Quién te ha dado a ti permiso para que te examines?”.
Papa he sacado la mejor nota de todos, mira.
Tus notas están en la vega, hay que regar los naranjos, arrancar las papas, segar el trigo o es que lo voy a hacer yooo. De manera que ya sabes lo que te espera o te aplasto los sesos -levantando el puño-
La madre en silencio seguía llorando y Manuel como también era fuerte tuvo que empezar a hacer este trabajo durante muchos años hasta que se fue a la mili.
Manuel se fue a la mili con ventaja y digo ventaja porque un mes antes de marcharse para El Ferrol llegaron al pueblo unos soldados de campamento y él hizo muchos amigos. Éstos pusieron sus tiendas de campaña a las afueras del pueblo y durante una semana allí hacían instrucción y escalaban las montañas del Cerro del Caballo.

Por las tardes se lavaban en el río mientras cantaban esta canción:
Se van los guerrilleros, se van, se van,
Se van al monte a hacer sus escaladas
Y era una morena la que los miraba.
Remírame morena, remírame, remírame,
Yo te remiro porque eres muy bella 
Y quiero que vengas conmigo a la guerra.
A la guerra niño no quiero ir, no quiero ir,
No quiero ir contigo a la guerra 
Porque se come mal y se duerme en la tierra.
En la tierra niña, no dormirás,
Que dormirás en un lecho de flores 
Con cuatro guerrilleros que te hablarán de amores.
Si me habláis de amores si, si quiero ir,
Si quiero ir contigo a la guerra
Aunque se coma mal y se duerma en la tierra.
Y Manuel se marchó fuerte a la mili.
Pronto mandó una carta con dos fotos. Estaba muy chulo con su traje y su gorra blanca.
Una foto era para su madre y la otra para Rosarillo, ya Rosario, una guapa mozuela que se encargaba de leer las cartas de Manuel y de escribirle lo que le dictaba la madre porque como ésta tenía muchas faltas le daba vergüenza escribirle, no por su hijo sino por si algún compañero se la veía y se reía de él.
Carlos, el hermano pequeño trabajaba en un taller mecánico y Lola, la hermana mayor dejó el servicio hace ocho o diez meses y se fue a una fábrica de conservas en Falces, Navarra. Allí se ha hecho novia del encargado de la fábrica, que es sobrino del dueño y dice que es muy bueno y que le ha pedido matrimonio, aunque ella prefiere esperar hasta conocerle mejor.
Era finales de julio del año 1970 y en cualquier era de cualquier pueblo del valle de Lecrín trillaban las habas una familia de labradores.
La madre seguía mirando por la ventana, la boca le temblaba, las lágrimas no paraban de derramarse por las mejillas y en silencio besaba la ropa que guardaba en la maleta de su hijo.
“Mañana se marcha Manuel para Alemania. Ya si que lo pierdo para siempre”.
Su tío Antonio, le había preparado un pasaporte para Hannover. Allí iba a trabajar en una fábrica de coches y esperaba buscar vivienda para casarse pronto y llevarse a Rosario con él.
Y Manuel como era fuerte se marchó a Alemania.
Allí se acordaba mucho de su pueblo, de las fiestas y costumbres de su familia, de su novia, de todos.
Manuel en Hannover les contaba a sus amigos cómo era la vida por estos pueblos y sobre todo las cosas de su abuelo cuando iba a Granada a vender naranjas cargadas en el mulo en las cajas del pescado.
También les contaba cómo cuando era pequeño iba al horno con su madre para hacer pan. Su madre amasaba y cuando el horno tenía los “bigotes blancos” se barría con altabacas verdes o con palos envueltos en trapos húmedos. Se metía la masa y su madre sacaba grandes panes de cuatro libras cada uno. Su madre amasaba cada semana una arroba que eran veinticinco libras.
Lola y él hacían santeojos y palomicas de maza y tostaban cacahuetes,etc.
Cuando el pan estaba hecho lo metían en una gran espuerta de esparto y tapado con un limpio trapo blanco lo llevaban a la casa y lo guardaban en la despensa.

Manuel no paraba de contarles a sus amigos todos los recuerdos de su tierra.
También escuchaba lo que contaban los demás, de manera que intercambiando recuerdos se hizo cada vez más listo.
Las navidades del 70 fueron duras pues Lola no vino de Falces ni Manuel de Hannover.

De Lola recibieron llamadas telefónicas y de Manuel una carta postal que al moverla se abrían y cerraban los ojos de S. José, La Virgen y el Niño. En la carta nos contaba lo triste que estaba solo y que sería la última navidad que pasara así, pues en Junio al cumplir el año del contrato tendría vacaciones y vendría a casarse.
Se sucedieron las cartas, los meses y llegó Junio de 1971.
El día de San Pedro a las seis de la tarde se casaban Rosario y Manuel. Había mucha gente del pueblo y de los pueblos vecinos.
Su hermana Lola, pintada de rubio, trajo a su novio.
En la boda, como era listo, también estaba el maestro don Antonio y los amigos de Manuel que prepararon las pruebas de bachiller con él. Uno de ellos era maestro de escuela, otro médico, dos fueron al ejército y el otro dejó los estudios al terminar el bachiller, ahora trabaja en una oficina de correos.
Todos felicitaban a Manuel en su boda. Él no contaba nada de Alemania.

Su padre no paraba de beber vino y comer choto.
Y en un rincón de la casa, casi sin ser vista….
Una lágrima caía por la mejilla.





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